lunes, 27 de noviembre de 2006

HOJAS DE LLUVIA No. 3




Diccionarios de consulta para escritores

Armando José Sequera



Diccionario de nuestro idioma
Aunque no lo parezca, el mejor es el de la Real Academia Española. Digo, si queremos escribir con corrección. En él podemos ver qué palabras son de uso común entre los hispanoparlantes de América y España. Se pueden inventar palabras o usar las que se ponen de moda en la calle, pero es un hecho que, si no llegan a la Academia, es porque perecieron en el camino (se trata de vocablos efímeros que surgen en una sociedad para cubrir una necesidad expresiva temporal. Una vez superada ésta, la palabra desaparece y, con el tiempo, se torna en arcaísmo, se hace ininteligible).
Diccionario de sinónimos y antónimos
Nuestro idioma es extraordinariamente rico y esa riqueza debe reflejarla el escritor en sus textos. Como la memoria no siempre está al alcance de la mano, vale la pena contar con el auxilio de uno de estos diccionarios para evitar las repeticiones de palabras en una misma frase o un párrafo. También sirve para buscar vocablos que señalan lo opuesto de lo que queremos decir. El mejor de estos diccionarios que conozco no sé si aún se edita: el de la editorial catalana Ramón Sopena que, además de sinónimos y antónimos, reseñaba las ideas afines. Dado que este tipo de diccionario es de bajo precio, vale la pena contar con dos o tres en la biblioteca pues, asombrosamente, tienen grandes diferencias entre ellos.
Diccionario de conjugaciones
Aquí podemos consultar cómo se escribe cada verbo en cada uno de sus tiempos y modos, algo muy útil pues nos permite mantener un discurso coherente, desde la perspectiva temporal.

Diccionario de dudas y dificultades.

Éste es el más útil de los diccionarios: nos ayuda a salir de casi todos los momentos de desesperación frente a aquellas palabras que no nos suenan al oído. También nos dice cómo se escriben ciertos vocablos de cuya grafía no estamos seguros. Hay tres muy buenos: el Diccionario de dudas e incorrecciones del idioma, de Fernando Corripio (de Ediciones Larousse); el Diccionario de dudas y dificultades, de Manuel Seco (Editorial Espasa Calpe) y el más reciente y completo de los tres, el Diccionario panhispánico de dudas (de Editorial Santillana). Hay algo curioso con este tipo de diccionario: hasta que no se le usa, no se tiene conciencia de cuan útil es.
Gramática española.
Ésta es imprescindible y debemos conocerla para expresarnos con propiedad en el idioma español. Gracias a ella, aprendemos ortografía y sintaxis, elementos altamente necesarios para decir lo que en realidad queremos decir. La de la Real Academia de la Lengua Española es fácil de conseguir y muy económica.
Diccionarios de otras lenguas.
Con frecuencia, al escribir o leer nos topamos con vocablos de otros idiomas que no siempre sabemos llevar al papel o a la pantalla del ordenador con corrección. Para ello, vale la pena contar con diccionarios de los idiomas occidentales más conocidos. De todos modos y gracias a las facilidades que brinda el mundo informático de hoy, puede prescindirse de estos diccionarios, si se tiene acceso a los múltiples traductores automáticos que hay disponibles en la red. Si no se cuenta con este servicio, vale la pena conseguir seis diccionarios que, por fortuna, se compran a bajo costo: de latín, de inglés (recomiendo ampliamente el Webster), de francés, de italiano, de portugués y de alemán.
Diccionario enciclopédico.
Se necesita para corroborar las informaciones e ideas que tenemos sobre aquellos hechos acerca de los cuales queremos escribir. El mejor es, sin duda, el de la editorial española Espasa Calpe. Allí está todo lo que se busque y lo que no se busque. Es como entrar al País de las Maravillas. Un inconveniente: es bastante voluminoso, a menos que se adquiera en versión multimedia, con CD-room. Otra obra muy buena es la Enciclopedia Hispánica, ya que contiene mucha información interesante para quien se dedica a escribir.
Diccionario de cabecera.
Puede parecer superfluo, pero hay que ver cuanto ayuda, gracias a la maniobrabilidad que permite su tamaño. Cuando requerimos de una consulta rápida, pues tememos separarnos de la pantalla del computador o de las páginas que escribimos a mano, una edición reciente del Pequeño Larousse Ilustrado saca de más de un apuro. Su lugar es junto a donde acostumbramos escribir, esto es, lo más próximo a nosotros.






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Entre palabras,
diccionarios y decisiones

José Gregorio Bello Porras


EL EJERCICIO DE ESCRIBIR se convierte a veces en el de la duda. Cuál palabra utilizar para que la frase diga lo que pienso y no piense decir, por su cuenta, cosas que ni siquiera imaginamos. Porque está bien que el lector especule y complete el texto con su intervención. Pero es distinto a que lo tenga que reescribir a partir de ininteligibles frases reiterativas, cacofónicas o simplemente absurdas.
La herramienta del hacedor de textos y frases inteligentes es, aparte del lápiz, la pluma, la máquina de escribir o la computadora, el diccionario. Es la luz que requerimos en momentos de oscuridad. Y, aunque no suple al entendimiento, ayuda bastante.
No reiteraré conceptos sobre los mejores diccionarios o los tipos más apropiados para cada duda del camino. Ya esa guía Michelin de las posadas verbales, sucinta y precisamente nos la dio Armando. Vamos a explorar un poco la experiencia del escritor ante la herramienta y a tocar brevemente el uso de los diccionarios virtuales en lo que difieren de los impresos.
Empecemos por lo último. Hoy en día es lugar común repetir la celeridad con la que contamos para facilitar todos los procesos. En la escritura también caemos en esa fosa común. Tenemos a nuestra disposición, si empleamos programas informáticos, una serie de diccionarios ya insertos en los mismos.

Esas utilidades tienen la particularidad de que parten de una simpleza casi infantil y van aprendiendo con nosotros. Un diccionario en nuestra computadora crece junto a nosotros, casi hasta el punto de decirnos que no tenemos más espacio para nuevas palabras. Pero siempre podremos agregar nuevas voces a nuestro repertorio.
El asunto está en no conformarse con los términos anodinos y simples, con las soluciones prefabricadas, sino hacer crecer nuestro vocabulario en la computadora.
Otro de los usos en este campo virtual es el del diccionario de sinónimos. Su empleo no difiere demasiado al de uno impreso. Escoger el término apropiado es un arte que la máquina no puede hacer por nosotros todavía. Y cuando lo haga, independicémonos de ella aceleradamente, por favor.
La gran diferencia entre el uso de los diccionarios virtuales e impresos está en la inmediatez que representa el primero frente al esfuerzo del segundo, aunque éste sea mínimo y tengamos a mano todos los libros de consulta. La facilidad de lo inmediato puede ser un arma de doble filo. Porque la decisión apresurada es una posibilidad atractiva y fatal. La reflexión para tomar una opción nunca será sustituida, aunque los tiempos del proceso puedan acortarse.
El diccionario, como una linterna, aclara el camino. Pero no escoge la vía por la que debamos ir. Nos aporta posibilidades, opciones de conducta, nos aporta libertad. Pero definitivamente la elección la efectúa el escritor en la soledad de su conciencia, experimentando ante sí mismo la reacción del imaginario lector frente a la palabra escogida en contraposición a la idea, sentimiento o sensación que se desea expresar.
Éste es un proceso real de toma de decisiones, a la que nos enfrentamos cada vez que intentamos escribir, frente a la página o la frase inconclusa.
El proceso previo a la toma de decisión es nuestra preparación para la escritura. Estar en forma para escribir es asunto de práctica diaria. El diccionario no nos puede dar el ejercicio y la experiencia, sólo es una herramienta de auxilio. La preparación para la escritura se hace –y seguramente lo reiteraremos muchas veces – escribiendo y leyendo.

La lectura nos aporta palabras, formas expresivas, ideas para escribir. Por lo tanto, previo al acto de escribir se posiciona el ejercicio de lector. Con él potenciamos nuestro diccionario mental. Aunque no sustituyamos al formal, porque dudar es de humanos.
El siguiente paso en la toma de decisiones es tener opciones ante las cuales escoger alguna. Si sólo tenemos una palabra como elección, no hay decisión posible. Ante las posibilidades múltiples escogemos según nuestra experiencia.
Pero no basta con la intención, debemos, en el siguiente paso de la toma de decisiones del escritor frente a la página, poner a prueba la palabra. Ello se hace con la revisión del texto. Al igual que tenemos accesorios de revisión ortográfica en nuestros ordenadores, contamos con el indispensable hábito de revisar nuestro escrito. Una y otra vez si es necesario.
A pesar de todo ello, debemos saber que tenemos el derecho a equivocarnos. Y esa es una oportunidad única porque nos hace ganar experiencia, nos abre ilimitadas posibilidades de mejorar nuestra comunicación escrita. La revisión posterior de lo que creíamos finalizado, por estar publicado en cualquier medio, más allá del bochorno, nos debe abrir puertas. Un texto puede reescribirse hasta que diga lo que queremos, mientras tengamos oportunidad de hacerlo.
Después, dejémoslo vivir en paz y vivamos en paz también nosotros.
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