lunes, 19 de marzo de 2007

No. 7

INVITACIÓN

A partir de esta semana, este blog presentará dos temas de conversación diferentes –o uno solo–, para nuestros lectores que, obviamente, están invitados a opinar, comentar y debatir cuanto quieran.
Quienes mantenemos este espacio deseamos precisamente eso, la participación de quienes nos visitan para que dejen de ser visitantes y pasen también a ser protagonistas.Gracias de antemano por estar aquí.
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EL MUNDO DE LAS COSAS PERDIDAS

José Gregorio Bello Porras




Desde niño me preguntaba ¿a dónde van a parar las cosas perdidas, los retratos, los recuerdos familiares, los juguetes, los objetos de aprecio que nadie se atrevería a tirar a la basura? Nunca me lo puede responder en ese entonces. Y ahora, en mi edad adulta, apenas atino a repreguntármelo, para lanzar una hipótesis que me lleve a una teoría en la que basarme con seguridad.
El primer paso para que un objeto apreciado se pierda es dejarlo fuera del alcance de nuestra vista por un tiempo. No importa si breve o largo. Aunque siempre los lapsos extensos son más fructíferos para el extravío. No pasa mucho tiempo para que el objeto parezca deprimirse y comience el proceso de su desaparición. Más que una pérdida se trata de una ausencia voluntaria.
Lo primero que hace es esconderse en la misma casa. En los recodos más inhóspitos, en los lugares más oscuros, en aquellos donde el terror nos impide pasar, allí se refugian esos objetos. A veces son varios los que comparten esa primera estación. Al principio, con desconfianza por una posibilidad de delación. Luego dialogan. Se cuentan sus penas, comparten sus tristezas y oscurecen el sitio aún más.
Si hay una lámpara en el lugar, la queman con su ánimo espeso y negro. La misma comienza a participar entonces en la conversación, sabiéndose descartada para siempre, perdida, negada por la existencia. No hay reparación de bombillas. Así que ellas son quienes más se aíslan, se cierran ante toda otra posibilidad. Y a veces estallan en lágrimas de vidrio. El resto de los objetos la observa con lástima.
Pero siguen en sus melancólicas competencias, ocultándose de sus dueños que parecen haberlos olvidado.
En ocasiones, muy raras por cierto, el dueño insiste tanto que encuentra la cosa perdida. Y junto a ella otras más. A veces abandona las ajenas, confundido. Y a una sola tiende el escapulario salvador. Por poco tiempo, pues el objeto sabe que está condenado al olvido por más carantoñas que le haga el dueño.
Las segundas oportunidades generalmente son desastrosas. El objeto ya se ha vuelto adicto a la melancolía y sufre de grisáceas perturbaciones de ánimo. Se torna desganado, holgazán, despreciable en ocasiones, haciéndose rogar su compañía y utilidad. El dueño puede consentir esto por breve tiempo. Y misericordiosamente olvidarlo la próxima vez para que regrese más consternado al lugar de las lágrimas y la oscuridad.
El siguiente paso es más radical. El objeto, junto a otros renegados por la tristeza decide la fuga. En ocasiones conforma una especie de trouppe de circo. Y hasta deciden raptar a otras inocentes cosas que nada tenían que ver con su alocada decisión. Estos últimos artículos desaparecidos son, generalmente, los que más dolor causan a los dueños. Y los trastos cimarrones lo saben. Por eso los raptan. Con total alevosía.
Una vez que han emprendido la fuga, las cosas en desuso se convierten en renegadas. Se les observa yaciendo en sitios totalmente inadecuados. En parques y plazas, tumbadas en la grama, como si tomaran el sol. Pero están allí presas de la abulia y de la rabia. Se saben objetos del desprecio.
Cuando llegan a los contenedores de basura su suerte parece final. Pero apenas comienza una nueva etapa en sus vidas. Con frecuencia obtienen nuevos dueños que los usan hasta el cansancio, el agotamiento o la destrucción. Sólo la piedad los deja reposar de nuevo en basureros secundarios. Y algunos pocos obtienen el beneficio de la sepultura en espaciosos y tranquilos rellenos sanitarios.
Con frecuencia, esto objetos penan en vida en su última y larga etapa de existencia. Allí, aparecen en los más disímiles sitios, espantando a las personas, rodeándose de fetidez y de crujidos diversos como espectros cualesquiera.
Dedicados a esos oficios marginales, a la vagancia, al vicio y a la bebida de lluvias enteras, se van abandonando a sí mismos.
Algún ángel aún los recoge en ese estado para convertirlos en otros entes. Pero es rara esa situación. Lo más frecuente es su exilio total. En islas donde se redimen como sedimentos. O se vuelven combustible y humo en infiernos provisorios. Poco tiempo duran ardiendo para transformarse en cenizas.Allí nos reunimos todos. En el reino de las cenizas. Los objetos perdidos y las personas que los perdimos. Ahora lo comprendo, el mundo de las cosas perdidas es el mundo de nuestro destino final.

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CREADORES Y DESTRUCTORES

Armando José Sequera




Si hacemos una división social, desde el punto de vista de la creatividad, podemos establecer la existencia de cinco grupos claramente diferenciables: los creadores, los facilitadores, la gente común, los obstaculizadores y los destructores.
Cada grupo tiene sus matices, esto es, gradaciones dentro de ellos que constituyen escalas de mayor a menor. Asimismo, es bueno señalar que todos los individuos tenemos algo de cada grupo y que es la proporción mayoritaria de alguno la que determina nuestra pertenencia a uno de ellos en particular.
Además, debe entenderse que, para que exista un grupo, es necesaria la existencia de su opuesto, tal como sin el invierno no podría alzarse victoriosa, más tarde, la primavera. De hecho, generalmente, cuando se crea algo, se tiene que destruir lo que existía con anterioridad y, cada vez que se destruye algo, se generan las condiciones para que surja algo nuevo.
Los creadores son la más absoluta minoría. Aportan soluciones, inventan, construyen, idean salidas, trasmutan la fantasía en realidad, sin dejar que ninguna de las dos pierda su magia. Su labor, a la vista de la mayoría, tiene mucho de arar en el mar, de batalla contra molinos de viento, aunque siempre prevalece a la larga.
El segundo grupo, los facilitadores, es sólo ligeramente mayor que el primero y está compuesto por quienes apoyan a los creadores, los financian, los amparan, les allanan los caminos. Su labor también es agobiante y sólo se reconoce a la distancia.
La gente común es la absoluta mayoría. Disfruta de la labor de los creadores pero, a la hora de tomar posición, se deja embaucar por los destructores. Su principio vital es la comodidad ante todo: cero pensamiento, cero espíritu de combate, la menor cantidad posible de responsabilidades. La gente común espera que los gobiernos u otras entidades les solucionen sus problemas y hasta creen firmemente que tienen derecho a ello. Este grupo segrega una sustancia gris y nauseabunda llamada conformidad.
En cuanto a los obstaculizadores, estos forman otro grupo afortunadamente minoritario: su tarea fundamental es amurallarle la existencia a los creadores y facilitadores, entorpecer sus iniciativas, evitar que avancen, cortarles los caminos, inutilizarles los accesos, silenciar los logros de aquellos o, en su defecto, minimizarlos. Emplean su porción personal de creatividad en establecer requisitos, en exudar trabas, en señalar defectos, en imponer frenos, casi siempre en nombre de la sensatez, el bien común y otros argumentos demagógicos.

Por último, los destructores constituyen también un grupo pequeño que, por la magnitud de sus actos, luce una estatura mayor de la que en verdad tiene. Consagran su vida a destruir, dañar, romper, aplastar, oscurecer cuanto brilla y cercenar las actividades creadoras. Son portadores de sombras, de tristeza, de malestar, de ansiedad y desasosiego. Sus máximos logros son la abolición de la esperanza, el desarrollo del caos y la muerte de cuanto encuentran a su paso.
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sábado, 10 de marzo de 2007

PROXIMAMENTE,






REINAUGURACIÓN
DE ESTE ESPACIO,

CON NUEVOS
TEMAS DE CONVERSACIÓN.


jueves, 4 de enero de 2007

HOJAS DE LLUVIA No. 6


TIEMPOS DEL LIBRO Y DEL ESCRITOR

Armando José Sequera






UNA DE LAS SITUACIONES más incómodas que se viven como escritor –y, supongo, que como artista en cualquier disciplina-, se suscita cuando nuestros libros demoran en ser editados.
Ello porque, cuando al fin se publican, los lectores nos hablan de él como de algo presente, algo que acaban de conocer. Pero, para uno, autor, ya es algo pasado, a veces remoto, que en ocasiones ya consideramos ajeno. Obviamente, no ajeno de otra persona, sino ajeno de quien somos ahora.
Mientras los lectores se refieren a ese libro como lo último, lo más reciente o lo más nuevo que hemos publicado, para nosotros se trata de algo que ya pasó, algo pretérito.
Esto se debe a que, para el momento en que este libro ha salido, ya estamos trabajando en otro u otros. Incluso, es probable que hayamos terminado alguno o algunos.
Tal problema no lo padecen los escritores de best sellers, cuyas obras se publican inmediatamente después de haber sido escritas. Esto también ocurre con los grandes escritores de éxito.
Pero el común de los escritores somos propensos a vivir este desfase temporal, entre el libro que editamos y el que hacemos.
Yo lo he vivido varias veces. Y la situación ha sido aún más incómoda cuando el nuevo libro es una reedición. Entonces el desfase es mayor pues es probable que hayan pasado varios años entre una edición y otra. Y, obviamente, se han interpuesto algunos libros –escritos solamente o también editados-, entre la primera edición y la siguiente.
Me ha sucedido varias veces al ofrecer un recital de mi obra que me hacen preguntas sobre cuentos que no recuerdo haber escrito. Sobre textos críticos o artículos de prensa que hice hace tanto que ya no tengo memoria de ellos.
–Usted dijo, en un artículo que publicó en 1984, que…
Dicho artículo está tan lejos del yo que soy ahora que hasta podría afirmar –sin faltar a la verdad–, que no es mío. Claro está, han transcurrido veintidós años desde su aparición hasta el momento de la pregunta y, en ese lapso, uno ha vivido centenares, sino miles, de experiencias.
En ocasiones he indagado y me he topado conque esa persona que pregunta ha consultado el texto al que alude en una hemeroteca y, por supuesto, al leerlo recientemente, para ella constituye algo presente. Pero, para mí, se refiere a algo con lo que, tal vez, ya no esté de acuerdo, ni con el contenido, ni con el continente.Hasta ahora no he leído de otro autor que haya pasado por esta experiencia, pero estoy seguro de que es algo común a todos los que nos dedicamos a la escritura, incluso los autores de éxito. Obviamente, ya no con los libros recién escritos y editados, pero sí con aquellos publicados hace tiempo.

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LIBROS AÑEJADOS Y PODRIDOS

José Gregorio Bello Porras





ALGUNOS LIBROS, con el tiempo, se añejan como los vinos, adquieren cuerpo, se vuelven adictivos e imprescindibles. Para los escritores, escribir una obra de ese tipo es simplemente una aspiración a la que se apuesta con toda el alma. En ocasiones, algunos que lo intentan la venden para alcanzar ese fruto único, generalmente sin éxito alguno.
Toda venta del alma deja sin impulso a la obra. Vender el alma de la obra significa condicionarla a lo que se supone ciertas exigencias de los lectores y de la crítica, ciertas recetas de best sellers y obras maestras. Un condicionamiento para el fracaso de la escritura como elemento de pervivencia en el mundo.
Seguir las recetas para alcanzar el éxito de la escritura es condenar la obra a un molde. Pronto se le verá la forma repetida, en una y otra obra, hasta el cansancio. Parecerán los libros como bollos de pan salidos del horno para el consumo humano y animal. Variaciones sobre el mismo tema, con la misma masa. Mientras sale y se propaga, mientras gritan los repartidores, el pan se puede vender con éxito. Pero el pan frío atrae poco al cliente. Y menos si éste lo que quiere es leer algo autentico y no darse un bocado para engañar su propia alma.
El libro por receta, si se deja en el estante, se enmohece, de adentro para afuera. Se vuelve pronto intragable, risible o monstruoso.
Pero existen libros que sin apegarse a las recetas también obtienen pronto la categoría de bodrios. Son variaciones de la receta, pero rebeldes expresamente a ellas llegan al mismo punto de juntar elementos sin criterio apreciable o perceptible. Generalmente siguen supuestas tendencias de moda para acabar sus días en los anaqueles de la incomprensión o de la ridiculez. Con toda justicia, porque eso fue a lo que apostaron. A que nadie los comprendiera. Pero atemorizando de tal forma al lector para que no se atrevieran a decirlo, por temor de quedar como un verdadero bruto.
Estas obras también son fruto de la impostura, de la insinceridad y la necedad.
Otros libros, también sin proponérselo, no llegan a desarrollarse plenamente, se quedan fijados a un tiempo, a un objetivo inmediato e irremediablemente se pudren en su tinta. Son obras para la nada, para la muerte instantánea.
Otros libros, pensados como universales y atemporales, con grandes intenciones, apenas alcanzan a salir de las imprentas hechos trizas, como momias molidas por una prensa que no perdona.
El libro que supera su tiempo es aquel que atrapa su tiempo enteramente y eternamente. El libro que se hace universal es aquel que encuentra al ser humano en su recóndito y específico paisaje físico pero en la sin par hondura de su penetración psicológica, de su captación anímica o del espíritu humano.
Ya hemos reflexionado sobre este respecto en otras ocasiones. Pero nunca estará de más comenzar un año, o un día, con el propósito de practicar una escritura que nos pertenezca. Hecha con el corazón y con la mente, por igual. Ello significa la realización de una escritura que nos delate, que nos retrate e identifique como seres humanos únicos que compartimos unas características comunes.
En esa medida, una literatura tan particular le pertenecerá cada vez más a todos nuestros semejantes. Lo universal comienza en nuestra casa, en nuestro entorno, en nuestro mundo, que está adentro de cada quien y envuelve el universo de todos.